20 de julio de 2016

En el nombre de la reina


Una noche de octubre decidí pagar con la misma moneda.
Caminé hasta el cansancio por la avenida más famosa, junto a una nueva compañera de aventuras que acababa de conocer. Dimos varias vueltas hasta que logramos recordar exactamente dónde quedaba ese lugar tan divertido. Llegamos, subimos como ochenta y cinco pisos por escalera y voilá: vista panorámica de la ciudad más impactante que jamás vi.
Nos sentamos detrás de una barra, y desde allí podíamos ver lo que sucedía en cada rincón. Cientos de personas bailaban, y ahí estaba él, justo en el medio, robándose todas las miradas y la atención de las mujeres. Otras que… como yo, caían rendidas ante descomunal belleza.
Se deshizo de todas y cada una, parecía que lo hacía a propósito y que se divertía haciéndolo. Con el transcurso de las horas, la pista de baile fue quedando desierta, y él se dirigió hacia donde estaba yo. Se presentó, me presenté, y la charla siguió entre elogios, frases de manual y besos. Muchos besos con sabor a Ámsterdam, en el nombre de la reina.
Ahora sabes qué se siente y cuánto duele. 

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