Dijo que ya no siente nada y que quiere terminar con esto. Dijo ser
honesto conmigo y consigo mismo, que había sido feliz pero en algún punto las
cosas eran ahora diferentes, aunque ese cambio fuera francamente difícil de
explicar con al menos cierta exactitud. Respondí que lo iba a dejar ir porque
entre mis ideas locas pero inamovibles estaba eso de que no se puede rogar
amor: o es de a dos o no es, y no vale la pena insistir ni suplicar. Afirmé
comprender algo tan lógico y concluí que a fin de cuentas él sin mí iba a estar
mejor. Me despedí sin llorar, se marchó sin vacilar y siguió su camino como
quien sabe bien adónde va.
Él lo rehizo todo con la facilidad e inmediatez propios de quien ya
tiene vasta experiencia en ello. Yo tomé una hoja de papel, dibujé mi repentina
soledad, la mirada perdida, el tiempo infinito sin él, el aire a derrota… Su
siguiente destrucción fue la mejor elección antes de comenzar a creerlo. La
intuición me dice que esto aquí no ha terminado.
Ganas de odiarlo así tan confundido, claramente sobran. A veces es
divertido perder: escoba nueva siempre barre bien.