9 de agosto de 2015

Margaritas a los cerdos

La guerra de egos tiene triunfador. 
Viva el rey. Viva el hombre con convicciones de papel.
El tirano obtiene la corona y los laureles a cambio de castillos en el aire. Los que no entendieron la historia, son fanáticos de su relato y lo confunden con héroe. El resto observa en silencio, prisioneros del desencanto... con el miedo interior de que quizás el entusiasmo se derrumbe en un instante. Otra vez.
Se ha consagrado la contradicción como filosofía de vida, y el disfrute colectivo de estar sentados al borde de la cornisa, vestidos de gala... esperando una orden de avance en plena batalla perdida. Mientras tanto, la ilusión está puesta en ninguna parte, porque el destino es casi una moneda lanzada al aire que depende del azar.
O no demasiado. El futuro está en la osadía de las personas, en la capacidad natural de resistir aún con los esfuerzos vencidos. Tarde o temprano sale el sol, grandioso y brillante, e ilumina la oscuridad que nos entristece los días. En el transcurso, importa mantener la entereza y renovar la esperanza tan necesaria para no desistir cuando parece que los planes de grandeza se estrellan contra el piso.  
Son épocas de dignidad a la venta, pero vendrá la revancha. 
Los cuentos de hadas también tienen final. 

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